domingo, 31 de agosto de 2008

el final del verano

En el capítulo de El espejo del mar que se titula “El bello arte”, Joseph Conrad es contundente: “Yo diría que el patrón de un velero de regatas que no pensara más que en la gloria del triunfo jamás lograría alcanzar una reputación eminente. Los que han llegado a ser amos de su embarcación […] no han pensado en nada que no fuera en hacerlo lo mejor posible […].”

Embarqué este verano por unas horas en la goleta que gobierna un hermano mío, que competía en una regata en aguas de Mallorca, sin tener en esta ocasión ningún barco con el que medirse luchando uno junto a otro en el mar, por los azares de la asignación de los barcos a categorías y la clasificación por tiempos compensados.

Otros años que embarqué con él en la misma regata siempre habíamos competido en duelo singular con un barco italiano, que tenía la misma compensación de tiempo y era realmente similar, con fortuna diversa, que se esperaba cambiar o repetir al año siguiente, y que mantenía la emoción del combate al decidir el aparejo o realizar una maniobra fijando la vista en el adversario. –“¿Y qué hacemos sin ellos?”, le pregunté. –“Pues hacerlo lo mejor posible”, me dijo.

Y recordé entonces que en el corcho del despacho de mi departamento de la Universidad de Valencia, al que vuelvo terminado el sabático, pinché hace ya algún tiempo una viñeta de El Roto, en la que uno de sus pensadores dice: “¿Quedará alguien que aún piense sin ánimo de lucro?” No podía recordar la frase de Conrad, que he empezado citando, porque no había leído aún ese libro suyo, que sin embargo acababa de comprar en Palma.

Después de ese combate con uno mismo, que sólo pareció interesar a la tripulación propia de la goleta, pero poco o nada a la colla de estudiantes de la universidad que servían de tripulación eventual para la ocasión, fuimos a celebrar el ritual de cenar en el Celler de Sa Premsa frito mallorquín, lengua con alcaparras, caracoles con ajoaceite, lomo con col, sopas mallorquinas y un par de platos más para acompañar a ese núcleo duro del ritual. De postre me pedí un punky al que arranqué la cabeza


y acabamos tan amigos. Sympathy for the punky.


Conrad también escribe en ese mismo capítulo algo que no atañe directamente al gobierno de uno mismo, ese hacerlo lo mejor posible porque uno no se está midiendo con nadie más que con su propia voluntad de poder, sino a la combinación de uno con los demás, a cómo ha de ser esa combinación en pro del buen gobierno de uno mismo: “Para que los términos de la relación con un barco sean de fructífera asociación lo que interesa saber no es lo que ese barco dejará de hacer; lo que más bien se debería tener es un conocimiento preciso de lo que estará dispuesto a hacer por uno cuando se le pida que muestre lo que guarda en sí por un movimiento de simpatía.”

Buscar la simpatía, συμπάθεια, el momento y el lugar en que resonar en la misma onda, parece un buen propósito para el final del verano. Navegar “como si el barco fuese un pliegue del mar”, que decía Deleuze.

miércoles, 6 de agosto de 2008

psicodelia fina

A principios de los ochenta hice una cinta que titulé “Psicodelia fina”. Comenzaba con “Comin’ back to me” de Jefferson Airplane, y contenía miniaturas como “Guinevre” de Donovan, “Dominoes” de Syd Barret, “Flute song” de Quicksilver Messenger Service, o “Chapter 24” de Pink Floyd, con “Gilda” de Música Dispersa, como único representante de lo hecho en estas tierras.

Viene esto a cuento de que, desde hace unos días, se ha apoderado de mi plato el disco de Alberto Montero que ha editado Juan Pedro en su sello Greyhead, y ahí me he quedado colgado...

domingo, 3 de agosto de 2008

llegó el verano

Primer domingo de agosto. Compro El País y busco el suplemento de Pasatiempos. ¡Sí!, ¡está!, como todos los agostos, con el crucigrama blanco, el autodefinido y el damero maldito. Llegó el verano. Ya puedo hacer una pausa, afilar el lápiz y entretenerme con pasatiempos. Dejar pasar el tiempo, pensando sin pensar demasiado.

Separo el suplemento de Pasatiempos, que reservo para un momento en que celebrar el ritual veraniego, y hojeo el resto del periódico. Paso sin detenerme y sin inmutarme por titulares que encabezan noticias sobre Solbes y la crisis, De Juana Chaos en la calle, o Bélgica que se tambalea, pero me sobresalto con el que reza “De la Vega: “España apoya la liberalización de Petromex” ” (sic, la empresa se llama en realidad Pemex). ¡Cielos!, ¡y dice nada menos que “La vicepresidenta ha alabado la reestructuración del sector energético emprendida por el gobierno mexicano”! ¡La izquierda mexicana en pie de guerra contra la manera en que el gobierno de Calderón quiere privatizar Pemex y la portaestandarte de la renovación del socialismo español encantada! Qué casualidad que Repsol se vaya a quedar con un buen bocado del pastel…

Y ni mención de la consulta popular promovida por el PRD, desde el gobierno de México, Distrito Federal, realizada el domingo pasado y su resultado abrumador en contra del proyecto de privatización de Pemex. Ni de cómo, en tiempos de Lázaro Cárdenas, la nacionalización del petróleo fue un movimiento popular, hasta el extremo de que había quien llevaba sus gallinas para que el gobierno pudiera comprar las empresas petrolíferas.

Eso sí, De la Vega anuncia sin solución de continuidad a bombo y platillo que España duplicará su aportación a la lucha contra el SIDA, ¡el doble, ahí queda eso! El petróleo que nacionalizó Lázaro Cárdenas para Repsol, y el gobierno español da unos dineritos para una buena causa. ¡Ponga un pobre en su mesa, que es Navidad!, o, versión moderna, ¡hagamos una conferencia de donantes para arreglar estos destrozos que acabamos de causar! ¿Será que el verano derrite a la izquierda?

En fin, y yo que abría El País con avidez en busca de pasatiempos, para comprobar que ya era verano…

Catástrofe añadida: aún no tengo canción del verano. Mi hija, que se ha ido al Congo de vacaciones, después de estar trabajando unos meses en Jartum, me envió por Skype no hace mucho la que es la suya este verano, una rumba congoleña, y me dijo que cómo no tenía yo ninguna, que el verano no es verano sin canción del verano. En vista de cómo está el patio creo que voy a adoptar la versión salsa de “Ne me quitte pas” de Yuri Buenaventura, ese maestro en convertir en fiesta lo que da ganas de llorar.